Crónica Burundanga: drogas, armas y risas inagotables
Drogas, pistolas, secretos. Uno va a ver Burundanga y se encuentra, sin apenas darse cuenta, plenamente sumergido en una sobreexcitada historia de intrigas rocambolescas. Hay conspiraciones, cervezas, bandas armadas. Y el amor como protagonista. Nada podría fallar en esta comedia de enredos.
Es sincera, fresca y divertida: pasaporte asegurado para pasar un buen rato. Uno va a ver Burundanga y comprende al momento por qué esta comedia de enredos lleva la friolera de 6 años en cartel.
¿Cómo lo habrá conseguido? ¿Cómo sigue sorprendiendo? La expectativa es muy alta y nunca es buena compañera. ¿Habrán caducado sus chistes? La respuesta ha sido no, y bastantes carcajadas.
Corría el año 2011 cuando se estrenó Burundanga en Madrid. Y fue una apuesta arriesgada: una droga delictiva se entremezcla con la herida abierta de un pasado agitado. Hoy, el argumento no es ningún secreto, pero Jordi Galcerán supo manejar en su momento la situación con sumo tacto: convirtiendo tanto la Burundanga como a ETA en una excusa para un argumento de enredos. Los juicios morales o conclusiones didácticas quedan completamente al margen de esta historia de parejas. Burundanga es una sonrisa amable: una comedia de enredos, de amores y de sorpresas, herencia de ese teatro español que otrora llenara corrales de comedia y que sirve como trago para pasar los problemas.
Berta y Manel llevan un año saliendo. sin haberlo planeado, ambos esperan un hijo, pero la primera no piensa decírselo al joven hasta haber averiguado antes si está realmente enamorado. Es aquí donde entra en juego la dicharachera Silvia, compañera de piso y farmacéutica que le proporciona a Berta un poquito de Burundanga, siempre con un inofensivo propósito: interrogar al futuro padre para saber si realmente la quiere. Sin embargo, la verdad es peligrosa, y Berta descubrirá actividades de su novio que nunca cabría esperar.
Burundanga destila frescura. Es amable, traviesa y cercana. Corre con la ligereza de una treta infantil: que juega con temas peligrosos, pero sus intenciones son cristalinas e inocentes. Capitaneada en todo momento por unas interpretaciones vibrantes, la obra tiene ese toque macarra y desenfadado que hace olvidar la gravedad de los elementos. O mejor aún, de olvidar esa fina línea que los separa de la realidad.
Sin embargo, también nos encontramos ante un dilema: ¿puede que Burundanga haya perdido la originalidad de la que podía gozar en el año 2011? Los chistes sobre regiones, nacionalismos y costumbres ya no impresionan. Se han extendido del teatro a la televisión, de la televisión al cine y del cine de nuevo hasta la parrilla televisiva casi hasta la extenuación. Burundanga pertenece a esa generación que creó una escuela que ha crecido demasiado para seguir manteniéndola. De hecho, el público observador sabrá detectar destellos de esta obra en nuestra televisión actual: chistes, giros argumentales y personajes se nos hacen familiares.
Pero Burundanga sobrevive, y es sin duda alguna por el componente humano que hay detrás. Por la profesionalidad de unos actores que saben defender un argumento cada día y llenar el mítico Teatro Lara. Sobrevive por la pasión, por un teatro bien hecho, por el humor y el amor, por el amor al teatro. Si tienes una tarde libre, Burundanga son risas aseguradas de las que nunca se agotan.