Otelo a Juicio: reflexionar las pasiones y cuestionárselo todo
Otra mujer asesinada en su cama. Otro marido celoso en busca de una defensa. Otro relato inmortal. Y aunque estamos en el 2019 el crimen se remonta al siglo XVII .
¿Conocen la historia de Otelo? Ese moro veneciano, general de sus ejércitos, que en el siglo XVI conquista el corazón de la dulce (y casi adolescente) Desdémona, hija de un importante Senador de la ciudad. Firmado por Shakespeare, Otelo es otro drama romántico, donde las pasión y la traición fueron los auténticos protagonistas.
Otelo, engañado por el malvado Yago, acabará asesinando a su mujer por celos injustificados. Y por primera vez desde entonces, alguien se pregunta en público cómo juzgar este crimen.
El planteamiento es sencillo: Ramón Paso trae al Otelo de Shakespeare a pleno siglo XXI para ser juzgado por sus actos. Pero no está solo. Una voraz y ambiciosa abogada sin escrúpulos construirá una defensa tan creíble como cruel, para un Otelo que en realidad no busca ningún perdón. El desenlace será el mismo, pero, ¿lo será nuestro dictamen?
Otelo a Juicio es una brillante conjunción entre la historia original y una trama de abogados, entre la reflexión y la dramaturgia clásica. En la obra, nos asomamos a Shakespeare a través de inteligentes flashbacks de época que llegan a fusionar el presente y el pasado, a confundirlo, mimetizarlo.
Una reflexión feminista necesaria, un imperativo prácticamente categórico: la necesidad de juzgar (o por lo menos plantearnos) los crímenes de la literatura histórica. Todas esas muertes que han justificado una trama, que se han ido amontonando en el imaginario general cadáver tras cadáver. Sin que nos planteásemos siquiera la aberrante realidad de una violencia que se remonta a los albores del ser humano y del arte.
La abogada de Otelo, interpretada por una consistente Ana Azorín, removerá todos nuestros prejuicios y privilegios, estructurando la obra en torno a su propio trabajo. Emulando la defensa racial de O.J. Simpson, se convertirá también en el propio juez del público.
Hay dos puntos esenciales en esta obra: el uso magistral de la música, que ayuda a estructurar y agilizar la trama (que en ocasiones llega a tornarse pesada, por la necesidad de narrar la aventura original), y, por supuesto, las actuaciones de todos sus protagonistas.
Una calidad interpretativa capitaneada por un elenco femenino ágil y contundente. Ana Azorín destaca con una potente presencia, agudeza y una expresividad todoterreno, que hace que eches en falta un incluso más de su segundo personaje. Ángela Peirat, con un papel más secundario, consigue sin embargo sobresalir con una gestión emocional y una voz sobresalientes.
Por su parte, Inés Kerzán se contrapone con la interpretación más clásica, con un personaje menos versátil pero que consigue encarnar la dulzura y el amor de la Desdémona más pura. Una contraposición que se encuentra en el escenario sin mirarse jamás a la cara, enfrentando pasiones atemporales a personajes diametralmente opuestos.
Por su parte, David DeGea juega con la mejor baza: un Yago altamente manipulador, efectivo y sin el menor escrúpulo, con aires de locura, que interpreta como la misma encarnación de un mal ególatra y sin remordimientos. Jordi Millán, Jorge Mayor y un vulnerable Felipe Andrés completan la parte masculina de un elenco que convierte una obra sobresaliente en auténtica matrícula de honor.
Otelo a Juicio es una obra efectiva, primordialmente desnuda sin perder un ápice de la galantería y la delicada exhuberancia del teatro del siglo XVI. Es una obra de capas, donde las reflexiones y los sutiles diálogos se superponen constantemente.
Un ensayo sobre la responsabilidad y las pasiones donde los protagonistas de ahora siguen ardiendo con las pasiones de todo lo que escribía Shakespeare. Ambición, justicia y traición, son reinterpretados a través de personalidades complejas que no dudan en alzar sus voces.
La demostración más tangible de traer a la actualidad los crímenes del pasado. No es reescribir a Shakespeare, sólo es reinterpretarlo. En Otelo a Juicio, sin embargo, el juicio nunca llega a celebrarse. Hay trabajo por delante.