Que los sentimientos humanos no conocen de épocas ni sociedades es un hecho, que se convierte en demasiado real cuando revivimos obras escritas hace más de dos mil años. Sófocles, ciudadano de Atenas nacido en el 496 de Cristo, lo demostró escribiendo Antígona, una de las obras cumbre de la tragedia griega que plantea el enfrentamiento de las pasiones y emociones humanas más básicas. Y que, al traerlas al presente, demuestran que nuestra esenciasiempre será la misma: las dudas, la búsqueda de la verdad, la visión del enemigo, la necesidad de encontrar una identidad común...
Esta obra es la historia de Creonte y Antígona. Tío y sobrina. La viva imagen de la confrontación entre el espíritu rebelde de la joven y la máxima representación del poder del estado. Para Antígona, enterrar a su hermano, muerto en guerra (atacando a su propia ciudad), va por delante de cualquier otra cuestión. Para Creonte, cualquiera de sus decisiones devendrá en el bienestar del pueblo, y la afrenta ha sido tal que no merece entierro ninguno, sólo el desprecio de la sociedad.
Ambos tienen razón, o ambos creen tenerla. Antígona es una reflexión sobre los extremos, creada en unos tiempos que hicieron vivir a Sófocles las guerras Médicas y las guerras del Peloponeso, el enfrentamiento entre dos civilizaciones. En primer plano, permanece la armonía de la esencia humana, pugnando entre lo divino y lo humano, la prudencia y la osadía, lo masculino y lo femenino.
Pero también es un relato sobre la guerra, sobre la necesidad de grupo de aniquilar completamente al enemigo, con la vana esperanza de que así llegará la paz y terminará el conflicto. De cómo esa visión se convierte en un deseo hegemónico.
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