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Bob Pop, ¿el referente de los referentes?

Su monólogo ‘Los días ajenos’ llega al Teatro La Latina de Madrid cargado de una aplastante sinceridad

Sobre lo extraordinario y lo ordinario. Sobre el talento y la identidad. Sobre aquello que puede parecer lo contrario. La antítesis del otro.  La opción alternativa. ¿Quién soy?, una simple pregunta que puede dar tanto de sí que responder nos lleve toda una vida. Y esto es precisamente lo que trata de hacer Bob Pop. Y, quién sabe, puede que hasta lo haya conseguido.

Para Roberto Enríquez, el talento y la identidad son “la misma cosa” y admite que no es nadie sin los demás: “soy como todo el mundo”. Para quien leer tiene mucho más sentido y veracidad que escribir resulta sencillo tomar a unos cuantos (o muchos) como referentes que contribuyen a convertirle en aquello que es hoy. “Los que han dado la cara lo han hecho porque han triunfado”, afirma, pero puede que haya quienes triunfen porque dan la cara, y no al revés. Y no está mal pensar que en su caso ha podido ser así. 

Llegar al Teatro La Latina de Madrid y ver en lo alto el cartel de tu espectáculo debe ser una de esas sensaciones que no se olvidan en la vida. “Una barbaridad”, como diría Bob. Para alguien que ha puesto su grano en todo tipo de espacios televisivos y radiofónicos y que le han permitido aprender a  “leer al público, a olerlo y a escucharlo“, un teatro debe ser el mayor de los regalos. Y eso es lo que son sus ‘Días ajenos’.

Una vez publicados sus dos volúmenes se pregunta: ¿Por qué no hacer algo distinto? Con la aprobación de su co-director Andrés Lima y la seguridad que esto le aportaba, decidió convertirlos en teatro y lanzarse al vacío con una propuesta que en todo momento entiende quién es, desde dónde y para quien habla. Porque tal y como dice Bob: “las historias al final no son solo propias, nos acogen a muchos y probablemente nos encontremos reflejados, nos den pistas, lugares o caminos de escapada”

Y aunque nadar a contracorriente no es fácil, incluso para quien se define a sí mismo como “un error del sistema”, en esta tónica se mantiene y se ha mantenido toda su vida. En encontrar esa bocanada de aire, esa tierra avistada, ese chaleco salvavidas que aparece cuando y donde lo necesitas. Todos nos perdemos y ‘Los días ajenos’ de Bob Pop nos demuestran que podemos encontrarnos.  De hecho, es de esa pérdida de la que surge este espectáculo: “a lo mejor lo que queremos hacer es algo que a la gente le parece un disparate pero con el tiempo estamos viendo que hay posibilidades de vida, de futuro”, afirma Pop. 

Según van pasando los años, las preguntas que nos forman y nos conforman empiezan a verse difusas en el tiempo y sustituidas por otras que llevan una connotación de arrepentimiento o de orgullo. ¿He hecho todo lo que debería? ¿Lo he hecho bien? ¿El niño que fui estaría orgulloso de lo que soy? Para alguien que lleva la libertad por bandera es quizá más fácil que para el resto sentirse orgulloso de todo lo que ha hecho y dicho: “A veces siento que no lo he dicho de la precisa manera en la que me habría gustado. Pero no me arrepiento de haber dicho nada de lo que he dicho nunca”, concluye. 

Y, aunque el niño que fue se encuentre con el desconcierto propio de quien ve toda su vida pasar como una montaña rusa, diría: ¡Madre mía, todo lo que he logrado! Y tras buscar referentes para sí mismo, puede que hasta pueda verse convertido en uno de ellos.

Colaboración: Alejandro Pérez

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Antonio Márquez: “Cuando conozcan ‘Medea’ van a estar buscando este género cada día”

El bailarín y coreógrafo sevillano presenta a su compañía en el teatro EDP Gran Vía de Madrid

Toda una vida repleta de dedicación, esfuerzo y sacrificio es lo que ha costado al artista Antonio Márquez llegar a donde está hoy. “Yo seguiría dejando el alma cada día en el escenario como si fuera la primera y la última vez”, son las palabras de quien acostumbra a apostar por el arte, la danza y por aquellas obras que lejos de merecer ser olvidadas, tratan de abrirse un hueco entre los escenarios y teatros del mundo. Y así es ‘Medea’

Casi cuatro décadas después de su estreno la obra sigue siendo considerada como uno de los momentos culminantes del ballet teatral flamenco. Mérito que se debe atribuir a la música de Manolo Sanlúcar, la coreografía de José Granero y al libreto de Miguel Narros, quien a día de hoy sigue siendo todo un referente para bailarines y coreógrafos. 

La pieza ha estado siempre en manos del Ballet Nacional y este “no ha sabido tratarla”, afirma el bailarín. Tanto es así, que el heredero ha decidido que no debería quedarse en los baúles y contrató a Antonio y a su compañía para que pudieran “poner la obra donde debe estar: en el mismo sitio en el que está una Giselle o una Carmen de Roland Petit ”. El artista aboga por dar a este tipo de obras clásicas y a la danza “la repercusión y el sentido” que se merecen. Porque “a ‘Medea’ o la ven aquí y la ven ahora o dios sabe cuándo lo harán”, sentencia Márquez.  

Recuerda el día que se rebeló ante el “no” de su jefe y decidió presentar un espectáculo de flamenco en la Ópera de la Bastilla de París. El público, el escenario y el teatro colapsaron. El mismo público que acostumbrada a salir quince minutos antes de los espectáculos se quedó media hora más aplaudiendo. Media hora. Y eso lo consiguieron el flamenco y Antonio Márquez. “Un director de un teatro no puede ser exclusivo, debe ser neutral y entender que tiene público de todo tipo. Tu dale buen género y verás cómo responde”, asevera el sevillano. 

Quizá sea por esto mismo por lo que el escenario es su sitio. Como dice el refrán Zapatero a tus zapatos. Y qué razón tiene. “A mí dirigir no me ha gustado. A mi me ha gustado siempre formar a los bailarines, transmitirles mi energía, mi pasión. Para mi eso es lo mejor, sentirme bailarín, dirigido”, comenta. 

A día de hoy los bailarines salen del conservatorio preparados pero necesitan clases y lugares que los acojan y donde puedan desarrollarse. Sin embargo, muchos de ellos acaban trabajando en algo totalmente alejado de su pasión.  “Te da pena ver esto, que es nuestro, esta cultura y que poco la cuidan para que estas personas tengan que estar donde tienen que estar: bailando”, se lamenta.

Para la compañía no ha sido fácil llegar a dónde están hoy: “hemos tenido que sustituir a varias personas de la compañía y eso nos ha quitado tiempo de clases, ensayos y de poder seguir con el repertorio habitual”, afirma Márquez. “Pero así es como se cogen realmente las tablas, el sentido de la compañía y como todos  acabamos respirando igual”. 

Las bailarinas Helena Martín como Medea y Lupe Gómez como la Nodriza, y el bailarín Luis Ortega como Creonte son algunos de los que forman parte del equipo de más de 23 personas que cuentan con “una disciplina tremenda y sobre todo están enamorados de lo que hacen cada día”. 

Y es que la danza, en palabras del bailarín, al igual que todas las artes debe tener el poder de comunicar. De transmitir. Los pasos acompañan, el cuerpo acompaña pero: ”lo importante de todo eso no es ejecutarlo sino hacer sentir al público. Hacerle vibrar con lo que tú sacas de dentro”

Por eso ‘Medea’ es importante y por eso la compañía de Antonio Márquez lo hace tan bien. Porque lo saca de dentro y es capaz de reconocer con la cabeza bien alta que “el día que la conozcan van a estar buscando este tipo de género y de compañías cada día”

 

Colaboración: Alejandro Pérez

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A Chorus Line, el musical que cuenta la historia de los de Broadway

Las personas acostumbramos a hacer fila para todo. Fila en el patio del colegio, fila en la compra, en el banco, en las urgencias del hospital, en las oficinas de administración. No es raro ni inusual para nosotros colocarnos en posición, expectantes, aunque muchas veces ya sepamos lo que viene después. Los artistas, los bailarines, los cantantes, los talentosos, y muchas veces los incomprendidos, forman su fila en Broadway e, inevitablemente, también saben lo que ocurrirá: ¡Gracias, ya te llamaremos! Y rumbo al próximo casting. 

En un mundo donde parecen tener cabida solo los mejores, A Chorus Line cuenta la historia de unos soñadores, resilientes y valientes que parecen resumir su vida en ir audición tras audición, derrota tras derrota, o éxito tras éxito agridulce. Nada más lejos de la realidad. Lo que parece ser una prueba más en la que demostrar sus virtudes artísticas y volver a casa con la frustrante sensación de no conseguir aquello que se desea, se convierte en un recorrido por los miedos, las experiencias, la infancia, adolescencia y madurez de unos personajes que parecen tener mucho que contar… ¿Cuál es tu historia?

El flamante musical de Michael Benett, James Kirkwood y Nicholas Dante, bajo la producción de Antonio Banderas, se propone hacer historia. Y lo consigue. Habrá quienes se pregunten por la trama, la trama, señores, es la vida. Nuestras experiencias más dolorosas, nuestros sueños incumplidos, ambiciones, crecimientos y procesos. Una historia que parece no contar nada pero que lo cuenta todo, que no necesita historias enrevesadas de planteamiento, nudo y desenlace, que es por sí misma, que muestra, que retrata, que relata, que canta los pretextos de unos pocos y lo que hay detrás de muchos. 

En A Chorus Line no se trata de destacar. Puede que no tenga un número estrella como sí lo tienen otros musicales, ni un personaje que brille con más luz que el resto, ni una historia que conmueva más que la otra. Y eso es lo que pretende. La vida no solo es lo grandioso, lo espectacular, lo que brilla, lo complejo o lo complicado. La vida es. Y punto.  Es vulnerable, son nuestros miedos nuestros éxitos, derrotas y victorias. Es lo que solo es nuestro. Es de estos personajes. 

En cuanto al reparto, no se puede sino hacer mención a todos aquellos artistas que forman parte del show. Angie Alcázar, Tomy Álvarez, Lucía Castro, Alex Chavarri, Javier Cid, Aaron Cobos, Anna Coll, Fran Del Pino, Daniel Délyon, Sonia Dorado, Roberto Facchin, Daniel Garod, Bealia Guerra, Pep Guillém, Cassandra Hlong, Ariel Juin, Flor Lopardo, Joan López-Santos, Juan José Marco, Graciela Monterde, Fran Moreno, Marcela Nava, Ivo Pareja-Obregón, Lucrecia Petraglia, Estibalitz Ruiz,  Aida Sánchez, Lorena Santiago, Sarah Schielke y Victor González. Son todos protagonistas. Tampoco necesita una gran escenografía, bastan unos cuantos espejos y unos pocos golpes de luz para contar lo que se quiere contar. Apuesta por lo simple, y por un maestro de ceremonias de la talla de Manuel Bandera, quien armoniza a más no poder. 

A Chorus Line, el mismo que estuvo quince años en cartel en Broadway, el del Pulitzer, el que Michael Douglas llevó a la gran pantalla. El de los espejos, los números musicales, las filas y las audiciones. El que cuenta historias: la historia de los de Broadway.

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‘Cabezas de cartel’ o cómo reflexionar sobre la industria teatral con tanto arte

Celia Nadal y Javier Manzanera, la pareja de cómicos en la Sala Lola Membrives del Teatro Lara

¿Cuál es el fin último del teatro? Históricamente, el teatro siempre ha sido ese espejo en el que se reflejaba y, por consecuencia, se cuestionaba la vida humana. Establece, casi de forma determinante el bien y el mal en lo que al ser humano y a su vida se refiere. Sin embargo, ¿quién cuestiona al propio teatro? ¿Se cuestionan los del gremio a sí mismos? ¿Son coherentes? Y, ¿consecuentes?

Cabezas de cartel es más contenido que continente. El caos en su sentido más amplio como hilo conductor de todo un recorrido por el proceso creativo que supone producir una representación teatral desde cero. La que promete ser toda una crítica a la propia industria nos adentra en el ensayo de ‘Cimarrón, una obra que trata de romper con lo establecido y estampar su propio sello en una reflexión que pone sobre la mesa aspectos que puede que todos piensen, pero que solo unos pocos valientes son capaces de verbalizar y subir a un escenario.

¿Hacia dónde se encamina el teatro de hoy? Levantarse contra lo que nos es impuesto y asumir que, ser conocido o famoso no es ser artista. El artista es el que interpreta, pero sobre todo el que transmite. ¿Y el arte? El arte es la capacidad de crear, y estos dos en escena han creado. Y mucho.

Celia Nadal y Javier Manzanera quieren elegir de qué arrepentirse, y deciden no hacerlo nunca de no haber perseguido su verdadera pasión. Ella es un ataque de expresividad y energía constante, la parte más racional de la historia con unas aspiraciones que bailan entre la pasión, el beneficio e incluso la supervivencia. Él, por el contrario, se muestra como revolucionario y cómodo a la hora de nadar a contracorriente. Fiel, ante todo, a unos ideales que abogan por no venderse nunca a “esa industria” qué tantas páginas ocupa en su obra, y tantos quebraderos de cabeza le ha producido. Ambos, cercanos, queridos, pasionarios y enfrentados en una dicotomía que, muy a nuestro pesar, se presenta en numerosos aspectos y situaciones de la vida, y que no es otra que: ¿razón o corazón?

 

Deciden poner las circunstancias a su favor y, ¿qué mejor manera de hablar de teatro que en el propio teatro? Puede que muchos piensen que esto no va a interesar a nadie, pero las butacas se llenan y su público aplaude, se ríe y rinde ante la maestría de este dúo sobre el escenario.

Cabezas de cartel es la historia de unos valientes que deciden romper con lo establecido y apostar por cuestionarlo todo. Incluso a sí mismos. Unos personajes que bailan con lo que es y no es el teatro, que disfrutan entre contradicciones, misterios, certezas y asumen lo bonito y difícil que es ponerle límites al arte. Apuestan por lo suyo y se emocionan al defenderlo. Se ven así mismos en el espejo y, por supuesto, se gustan. 

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En Tierra Extraña, el musical que resucita la copla en un suspiro

El musical ‘En Tierra Extraña’ reúne a Concha Piquer, García Lorca y Rafael de León sobre los escenarios teatrales

“Lo correcto es el enemigo del arte”, dicen. No sé exactamente qué es y no es lo correcto, ni lo que sería lo correcto para Lorca, la Piquer o Rafael de León, pero lo que presenciamos ayer día 3 de marzo de 2022 en el Teatro Marquina, fue, indudablemente, el más fiel de los amigos del arte.

Los grandes se merecen un homenaje, sería lo que pensó Juan Carlos Rubio, el director que se movía en tierra conocida, pero hizo de ella la más extraña posible. Él, eligió sin duda a los más grandes: ¿Qué pasaría si Concha Piquer, Federico García Lorca y Rafael de León tuviesen un encuentro? Pues esto es lo que se figuró Juan Carlos Rubio, y le llevó a hacer una reconstrucción histórica basada en hechos posibles pero que no sucedieron realmente. Algo así como un final histórico alternativo. 

Los mismos que entraban decididos a ocupar aquellas butacas rojas del teatro, segundos después, aplaudían la voz y el verso que en Tierra Extraña se contenía. Dispuestos a adentrarse en aquel encuentro ficticio de la España del 36, en esa tierra querida que la guerra a tantos arrebató, a lo extraño que tienen a veces los conflictos que se escapan de toda razón o entendimiento. A la historia y al arte de una tierra. Nuestra tierra.

Ansiosos, puede. Expectantes, también. Satisfechos, sí rotundo. Alguna que otra cámara dispuesta a filmar lo que muchas veces se ve en los escenarios, pero pocas se hace de esta manera. Incluso, pasaba por allí un Santiago Segura que, no dudó en asistir, presenciar y recomendar una de las mayores expresiones del arte de nuestro país.

Pero, ¿quién es Concha Piquer? Una mujer de los pies a la cabeza, una artista envidiable, la musa, el duende, la luz y la sombra del espectáculo. La valenciana. La tonadillera por excelencia, la que no acostumbra a recibir un no como respuesta, la expresiva, la emotiva, el arte. Y, ¿Diana Navarro? Diana Navarro, también. 

Junto a ella, encarnado por Alejandro Vera, el hombre de los pies planos y el corazón redondo. El autor de ese tal Romancero Gitano, el poeta cuyo nombre figuraba en las listas negras del país. El de todos y el de nadie, el que ama por encima de todo su tierra y se resiste a huir de ella. Y bajo la piel de Avelino Piedad, el marqués, uno de los grandes del 27, el de las letras de copla, el enamorado, resiliente y vulnerable Rafael de León.

Una obra que rebosa talento, que empapa hasta la médula, que deja la estela de un público en pie que aplaude el arte de antaño. Y el de ahora. Una de esas que te enseñan lo valioso que es pertenecer a un lugar, y lo difícil que es estar en tierra de nadie, porque como decía la Piquer:Entre vivas y entre olés por España se brindó”. 

Imaginémonos ese encuentro en el que Concha Piquer pregunta: “Y, ¿ha merecido la pena conocerme?”, a lo que el poeta Lorca responde: “Más de lo que a mi vanidad le permite admitir”. 

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Una boda y muchos trapos sucios en ‘La madre que me parió’

Una comedia sobre las relaciones entre madres e hijas

Hay quien, al tratar de escribir una buena obra de teatro, busca la sucesión constante de una carcajada tras otra como único objetivo, fin y final. Sin embargo y frente a lo que muchos creen tener como certeza, la verdadera comedia no es aquella que te hace reír mucho o muy fuerte y de manera descontrolada, también es la que te hace sonreír.

Esto es muy fácil. Para cualquiera con un mínimo de ingenio arrancarnos una risa impetuosa y ruidosa es muy sencillo. Una tarea de coser y cantar. Un mal chiste, una caída ridícula o un comentario hábil son muchas veces suficiente pero, ¿qué es de quién consigue mantener a alguien con una sonrisa durante un tiempo? No se trata de provocar una tímida risa con fecha de vencimiento en los dos o tres segundos posteriores, se trata de ser capaz de mantenerla. De principio a fin.

Arthur Miller solía decir que “el teatro es tan infinitamente fascinante, porque es muy accidental, tanto como la vida”. Esta frase del dramaturgo cobra sentido en numerosas historias y en la vida de no solo muchos personajes, también en la de muchas personas. Pero… ¿y en La madre que me parió? ¿No lo hace acaso más que nunca? 

Mujeres divorciadas, mujeres sumisas a cargo de sus maridos, mujeres valientes, madres que necesitan ser reconocidas y queridas pero, sobre todo: mujeres empoderadas. Todas ellas capaces de coexistir formando una simbiosis perfecta.  Mujeres que, al fin y al cabo, nos enseñan que la maternidad es una opción, hasta qué punto puede llevarnos el autoengaño, las consecuencias de una mala decisión o lo dependientes que podemos llegar a ser sin darnos cuenta. Y es ahí donde está el quid de la cuestión, en el mismo quid pro quo al que, indudablemente, se enfrentan madres e hijas generación tras generación. 

Los años pasan y no perdonan y el “te lo dije” de una madre tampoco. Hijas con derecho a equivocarse y madres que tratan de no volver a ver repetidos sus mismos errores. Un camino que de la mano del humor es mucho más divertido. Y menos doloroso.

La veteranía dentro y fuera del escenario precede a las madres: Marisol Ayuso, Aurora Sánchez y a Juana Cordero quienes deslumbran y hacen deslumbrar en el escenario. Unas hijas que, encarnadas por las maravillosas Alicia Garau, Ana Villa, Eva Higueras y Sara Vega no hacen otra cosa que demostrarnos que distintas generaciones son capaces, frente a todo pronóstico, de convivir sin matarse. Así lo han hecho toda la vida. Y así lo harán.

Fue también Arthur Miller quien afirmó que “El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.” Y qué cierto es esto. ¿Qué es la comedia sino una manera sana de enfrentarnos a la realidad? ¿Qué es lo que nos asusta? ¿Y lo que nos enfada? O, ¿qué es lo que nos parece injusto? A veces, hacerse cargo de todo este crisol de sentimientos puede resultar muy doloroso.

¿No lloramos lo suficiente ya  por nuestras pérdidas? ¿No sentimos suficiente rabia por nuestras frustraciones? Los años no perdonan igual que no lo hace la vida pero, si nos reímos y sobre todo si sonreímos quizá todo nos parezca un poco mejor.

 

Por: Nara Juárez