Hay algo especial en las novelas de Delibes que hace cosechar tanto éxito en los clubs de lectura, los colegios e institutos, la gran pantalla y hasta el escenario. Un qué sé yo que se une al talento natural del escritor artesano de palabras, fonemas e historias y que consigue ganarse al público y cubrirse de aplausos.
Estrenada el 25 de enero en el Teatro Bellas Artes, “Las guerras de nuestros antepasados” cuenta la historia de Pacífico Pérez, un recluso condenado por homicidio, al que a un psicólogo de la prisión le cuenta su vida, sus sentimientos y su pasado. A través de un extenso diálogo que le otorga un gran dinamismo a la obra, el espectador se adentra en la psique de Pacífico y en la relación con su padre, su abuelo y su bisabuelo.
En contraste con la firmeza y la crueldad de estos hombres, Pacífico es un hombre cándido, de una sensibilidad casi enfermiza, que no busca librar ninguna batalla – ni siquiera la de su propia existencia – y que lejos de imponer sus propias normas, vive de acuerdo con sus propios valores y sus convicciones morales en una estabilidad pasmosa que no casa con la tradición familiar.
Si Delibes es indiscutiblemente un factor destinado al éxito (lo hemos visto triunfando en escenarios de toda España con obras como “Señora de rojo sobre fondo gris”, “Cinco horas con Mario”, “Los Santos Inocentes” o “La hora roja”), el talento, la habilidad y el trabajo de fondo que hay detrás de la interpretación de Carmelo Gómez hace que el público quede prendado. Sin duda, estamos ante una de las mejores actuaciones teatrales de esta temporada. Y es que Pacífico es un personaje complicado de interpretar por su condición de enfermo, víctima de unos altibajos emocionales fuertes, que pasa de la pena a la más pura felicidad, de la ternura al llanto y de la melancolía propia del pasado a la esperanza que nos trae el futuro, aunque Pacífico tenga más de lo uno que de lo otro. También hay que añadir que el texto es complicadísimo de defender a causa de los vaivenes temporales del personaje al contarnos su propia historia, las frases que se entrecortan, las ideas que quedan suspendidas en el aire sin llegar a matizarse y el estar interrumpiendo constantemente su monólogo por las toses, las dificultades respiratorias y la angustia vital que siente y padece.
Carmelo Gómez, dotado de un talento inmensurable, nos presenta un personaje de una sensibilidad exquisita y una historia con mucho trasfondo y mucha filosofía. Actor, texto y personaje son una misma cosa.
La novela, publicada en 1975, no pudo escoger mejor momento para dar el salto a las librerías: la Transición. Como un libro bisagra, supone la perfecta frontera entre el viejo mundo y el que estaba por llegar. Sin embargo, la naturaleza humana siempre se abre camino. En un contexto como el actual con guerras presentes en Afganistán, Ucrania, Etiopía, Yemen, Israel y Palestina, la crispación política que atraviesa nuestro país, las guerras comerciales entre EE. UU. y China, los asesinatos y las protestas civiles en Perú o Brasil y la ocupación del Tíbet, esta obra toma un cariz especial, siendo su mensaje más necesario que nunca.
A lo largo de la obra, se nos presenta una sociedad enfrentada y violenta que necesita de las guerras de cualquier índole para poder vivir, como si de la guerra naciera un impulso vital tremendamente necesario para nuestra propia existencia.
El padre, el abuelo y el bisabuelo de Pacífico, marcados por la Guerra Civil, la de Marruecos y la última de las contiendas carlistas, respectivamente, no pueden concebir que el muchacho no tenga una guerra que librar y que nunca llega. La obsesión hecha diálogo: “Tu guerra debe estar al caer, Pacífico”. Surgen los cuestionamientos, las señalaciones y Esa Palabra: ¿Pacífico es maricón? ¿Es Pacífico un hombre realmente? ¿Está sano mentalmente? ¿Qué le ocurre a este muchacho que detesta las guerras y la crueldad?
Pacífico cae bien. Pacífico cae de puta madre. “Cada hombre tiene su guerra, lo mismo que tiene una mujer”, a tal conclusión llega el ingenuo Pacífico Pérez quien al final, sin comerlo ni beberlo, ajeno a una sociedad en la que no ha sabido ni querido integrarse, morirá aplastado por quienes dictan las normas y recorren los recovecos del sistema para su propio beneficio. Hecha la ley, hecha la trampa, que diría el refranero popular. Como nos pasa a muchos, desgraciadamente – añado yo –, porque… ¿Cuántos Pacíficos ha podido haber en la Historia de la Humanidad? ¿Cuántas personas deben regirse por unos convencionalismos sociales implantados con los que no concuerda? ¿Están marcados todos los Pacíficos por el mismo sino?
Esta versión realizada por el prestigioso dramaturgo Eduardo Galán, que ha contado con el apoyo de Carmelo Gómez, natural de León, para adaptar la manera de hablar y hacerla más real, se erige bajo la batuta de Claudio Tolcachir, director de teatro argentino con una trayectoria envidiable tanto en Argentina como en el extranjero. Todo un equipo cohesionado que funciona a la perfección formado por Miguel Delibes, Claudio Tolcachir, Eduardo Galán, Jesús Cimarro, Carmelo Gómez y Miguel Hermoso.
Una obra que sobresale por la maestría de la interpretación y el debate posterior que surge sobre la justicia, la moralidad y la ética, las nuevas masculinidades, la importancia de marcar la diferencia, el placer de vivir según nuestras normas y la necesidad de, en ciertas ocasiones, plantar un pie y defenderse.