Hay personas que alcanzan la figura, la sombra o la mantilla de mito y eso les permite no desaparecer nunca. Avanza cruel y distante el tiempo y sólo unos pocos privilegiados consiguen traspasar esa barrera, con sus anécdotas, sus historias y sus hitos.
Conocí a Carmen Sevilla de niño, en un televisor que no era plano, no tenía Internet integrado y tenía más culo que calidad. No eran los 90, no era el telecupón. Por cosas de la edad, yo descubrí a Carmen Sevilla con Cine de Barrio. Me sentaba en el sofá de Moratalaz con mi abuela y veía a aquella señora maquillada, con un peinado muy parecido al de mi abuela, como recién salida de la peluquería, de sonrisa de Gato de Cheshire que transmitía luz propia…
Aún me acuerdo hoy de sorprenderme por ver a la que podría ser mi vecina del bajo que me regalaba caramelos cada vez que pasaba por su puerta, presentando un programa de televisión, sentada en un saloncito bastante parecido al nuestro, rodeada de gente divertida y sonriendo con los ojos.
Quizás estas mujeres, algunas de verso en pecho, otras de baberos de esmeraldas, todas empoderadas e iconos, nos han educado a una generación entera, mostrándonos que los límites en cuanto a edad y género son absurdos y que la personalidad (mucho más que la belleza) puede resultar la mejor baza para jugar y ganar.
Se va la novia de España, la que generaba suspiros a su paso, la que rechazó Hollywood por miedo, la que popularizó que las estrellas participaran en campañas de publicidad. Aquella mujer torbellino que encandiló a personajes de la altura de Charlton Heston, Cantinflas, Frank Sinatra, el torero Carlos Arruza o Marlon Brando.
A Carmen Sevilla no me la volví a cruzar hasta mucho después. Ya sería de adolescente cuando me topé con su faceta de actriz y con su cine y sus canciones. La misma mirada, el mismo ímpetu, la misma bondad. Comenzó su carrera muy joven, en 1946, bajo la pupila de Estrellita Castro. Para 1949 obtendría su primer papel protagonista acompañada de Jorge Negrete en “Jalisco canta en Sevilla”, la primera producción hispanomexicana de la Historia y que supuso un éxito. Además, el primer beso que dio la actriz en su vida fue en esta película, con 16 años. Le seguirían “La hermana San Sulpicio” con Imperio Argentina, “Gitana tenías que ser” con Pedro Infante y Estrellita Castro o “Violetas imperiales” junto al tenor Luis Mariano, siendo su última cinta en 1978 junto a Bárbara Rey y el cantautor Juan Pardo. España, Francia, Italia, México y hasta Hollywood…, todo un mercado internacional que se quedó prendado de la actriz.
Su carisma y su belleza la condujeron a ser una de las actrices más solicitadas del panorama cinematográfico español, siendo actriz fetiche de Franco. Sin embargo, sus roles serían casi siempre iguales: la guapa, la bella, el sex symbol… El cine (y la sociedad, todo sea dicho de paso) vieron en Carmen un modelo de mujer que interesaba: recatada, católica, patriota, decente, que siendo bellísima guardaba el decoro y no se dejaba eclipsar ni por los pecados de la carne ni por la brillantina de la fama. Lejos de todo eso, la que fuera natural de Sevilla, mantenía la imagen que España quería ver en ella por interés, porque, como otras tantas, en una España en blanco y negro, siempre hizo lo que quiso, que ante Dios y ante Franco, primero la Sevilla.
“He tenido pretendientes y es que de mí se prendaban los hombres porque tenía eso, tenía una especie de ingenuidad pícara, una dulzura pícara, un misterio… Quería y no quería. Les ponía a tope” reconocía en una entrevista. Haciendo gala de esa ingenuidad pícara, no tuvo problemas en reconocer haber sufrido dos abortos para hacer frente a unos contratos de trabajo (cuando en España estaba penado con cárcel) ni que mandó a paseo a su primer marido, Augusto Algueró, por las infidelidades y las tensiones constantes en su matrimonio antes de legalizarse el divorcio.
También hubo tiempo para ser pionera: fue la primera estrella en pactar una exclusiva con una revista de la prensa rosa. Hasta 30 millones de pesetas recibió el matrimonio de Carmen Sevilla y Vicente Patuel. Una boda tan secreta, que el hijo de la cantante y actriz no estuvo invitado. Esto abriría las puertas a otras famosas, desde Sara Montiel hasta la reciente boda de Tamara Falcó e Íñigo Onieva.
Actriz de la época dorada del cine mexicano y de los años 50 y 60 en España, para los años 70, tanto la sociedad española como los papeles de cine para las mujeres cambiarían. Así, optaría a papeles más picantes en “El apartamento de la tentación” o “Un adulterio decente”, siempre jugando en la frontera entre el quiero y no quiero, enseño y no enseño, me apetece, pero no tanto. Se dice que Carmen Sevilla participó – brevemente y de manera muy superficial, eso sí – en el cine de destape por venganza hacia Augusto Algueró, cansada de sus infidelidades.
De su filmografía destaco “El balcón de la luna” que, curiosamente, veía en la Antigua Fábrica El Águila de Madrid hace justo un año. Carmen Sevilla, La Faraona y Paquita Rico… Un trío de ases y de divas que se llevaba a matar en la película por una competencia insana, pero profundamente divertida. Se cuenta que, para evitar egos y peleas por ver quién aparecía antes en los títulos de crédito, idearon una ruleta con los tres nombres que daba tres vueltas, así cada una aparecía al mismo tiempo, sin orden, pero con mucho concierto. También destaco “La Venganza” por ser la primera película española nominada a los Premios Oscar en la categoría de Mejor película en lengua extranjera, “Rey de reyes” dirigida por Nicholas Ray en la que interpretaba a María Magdalena y que supuso su aparición en Hollywood o “Marco Antonio y Cleopatra”, en la que Charlton Heston la escogió para el papel de Octavia y en la que se cuenta que el actor aprovechó alguna escena para tocar más de lo escrito en el guion. La actriz, ni corta ni perezosa, le dio un mordisco en el labio mientras se besaban en señal de castigo.
Tras el ultimátum de su segundo marido, Vicente Patuel, quien le obligó a escoger entre el amor o el cine, se retiró a la famosa finca de las ovejitas en Extremadura. Para 1991, llegaría Valerio Lazarov – un semidios dentro de la Historia de la Televisión en España – a rescatarla de su letargo y ponerla al frente del Telecupón. Vicente no quería que Carmen Sevilla volviera a su vocación, pero el contrato que fijaba el caché de 300.000 pesetas por programa fue crucial. Y menos mal, había nacido una estrella de la televisión.
Diagnosticada de Alzheimer en 2009, Carmen Sevilla se retiró definitivamente de la televisión y el cine, manteniendo siempre las distancias y protegida de dimes y diretes, fallecía el pasado 27 de junio. Como en aquella canción de Fangoria, parece que una parte de mi mundo desaparece… Carmen Sevilla era la última del grupo de folklóricas que quedaba viva. Y con ella, parece que enmudecen – me niego a pensar que mueren – las anécdotas de aquella España en blanco y negro, de ese grupo de mujeres que se supieron mover en un mundo carente de libertades, gracias a su arrojo, su carácter y su personalidad y que pasearon sus buenas piernas derramando talento y dinero. Las portadas de revista, las fiestas, las bodas multitudinarias, los piponazos, las pelucas imposibles, los trucos de belleza a base de esparadrapo y medias y sus entrevistas mostrándose emperifolladas y empoderadas. Sólo pienso en cómo estarán allí arriba, todas juntas, en una especie de sala enorme con el lujo americano más auténtico del que tanto disfrutaron, pero al mismo tiempo, con la esencia más pura y más castiza, que para españolísimas ellas. Entre el camp hollywoodiense y lo cañí, nuestras folklóricas se reúnen alrededor de una mesa en la que hay mucho jamón, mucho alcohol y muchas risas. Y cuando yo vaya para allá (espero que dentro de muchos años), pienso llamar a esa puerta. A ver si con suerte, también anda por allí Terenci.
Hasta siempre, Carmen