El clásico permanecerá en el Espacio Ibercaja Delicias de Madrid hasta el 11 de diciembre
Es difícil sorprender cuando ya se ha visto todo. Para quien ya tiene una película, una historia de amor mítica, una estética tan marcada y unas canciones que han dado la vuelta al mundo y que, por supuesto, todos recuerdan, quedan ya pocas cosas por hacer. Por esta razón, el reto al que se enfrentaba ‘Dirty Dancing, el musical’ era (si cabe), mayor. Era necesario sacar la artillería pesada. Ir con todo. Usar su as de la manga. Y así lo hicieron.
Jugar con la nostalgia es una apuesta segura cuando se trata de las personas. Asistir a Dirty Dancing, el musical es más que ir a ver una adaptación: es volver a sentarte en una de esas butacas rojas de los cines del 87, de cuando Netflix sonaba a algo lejano (o no sonaba) o de donde comíamos palomitas mientras deseabas ser tú la que entrase en el cuarto de Patrick Swayze. Pura reminiscencia.
Y aunque el musical ya había pasado por numerosas ciudades españolas, instaurarse en la capital y hacerlo con éxito siempre ha sido una de las hazañas más difíciles. El Espacio Ibercaja Delicias de Madrid, decorado con banderines que instaban a adentrarse en el hotel Kellerman ‘s, ha sido el elegido para volver a los orígenes.
Esta vez son Dani Tatay (Johnny Castle) y Sara Ávila (Baby) quienes, dirigidos por Federico Bellone, darán vida a una de las parejas más aclamadas de todos los tiempos. Acompañados de un elenco con el que viajaremos a los años 80 de la libertad, la sensualidad y la rebeldía y de una escenografía que ha sabido hacer muy bien lo suyo. Y tanto.
En estos casos, términos como la idiosincrasia definen muy bien lo que ocurre en ese escenario. Definiendo a la misma como “aquello característico de una persona o cosa que la distingue de las demás” es fácil distinguir lo que tiene Dirty Dancing y lo que no tienen otros. Dirty Dancing constituye un antes y un después en el baile, es capaz de combinar la historia de un amor rebelde de dos adolescentes mientras trata temas tan importantes como el aborto. Es precursor de todo lo que hemos sido capaces de hacer.
Dirty Dancing es. Forma parte de nuestra historia y lo hará en un futuro, así que ha sido y será. ¿Cómo es posible que el arte se traduzca en la facilidad de envolver a tantas y tan diferentes generaciones? Pregúntenle a Dirty Dancing.