Hay historias inmortales, plenas, inconmensurables. Que no pueden ser presentadas, porque todos conocemos sus entresijos y sentimientos universales. Que no necesitan adaptaciones, cambios o minimalismos, porque constituyen en sí mismas un grandilocuente círculo perfecto que tendrá sentido pasen los años que pasen.
Por eso, Cyrano de Bergerac no necesitó más que unas tablas de madera y un sencillo decorado para renacer en el Cofidis Alcázar de Madrid el 18 de julio. Se engalanó de un atrezo sencillo pero eficiente, para que el protagonismo de la obra fuera de quien siempre debió ser: de los actores, su talento, y a la postre, de la palabra y el verso. Pudimos ver a un José Luis Gil sobresaliente que sin duda ansía y adora el papel que representa, que si bien no le encaja como un guante (como le ha sucedido últimamente con “Si la Cosa Funciona”, por ejemplo) sí transmite por completo la complejidad emocional de un personaje tan mítico.
El pasado miércoles fuimos a ver Cyrano de Bergerac, y el teatro clásico se alzó de nuevo sin florituras ni excusas: contundente, preciso y apasionado. Carlota Pérez-Reverte y Alberto Castrillo-Ferrer presentaron en Madrid su versión del heroico drama, que si bien triunfó en términos generales presentó también algunos pecados menores: una duración excesivamente larga -de hasta dos horas y media-, distrajo a una parte del público y deslució un final que otrora habría resultado perfecto. Como sorpresa o atrevimiento, pudimos también disfrutar de una serie de simpáticas canciones que decoraron la obra, en algunas ocasiones con más acierto que en otras.
Sin embargo, el resultado final fue tremendamente positivo: de profundo sentimiento y un público conmovido por el amor y la muerte.
Pero todo este montaje no tendría sentido sin la presencia de Jose Luis Gil, que soporta sobre sus hombros el peso de la pieza y que se multiplica con el avance de los actos. Le vimos gengrandeciso, sensible, enternecedor y completamente verosímil. Si bien no nos acaba de cuadrar en el papel del Cyrano más bravucón que se bate en duelos con la vida al comienzo de la obra, demuestra una soltura increíble en su natural comedia y casi todavía más en el dolor, la rabia, la frustración y la resignación doliente. Lo que resulta una sorpresa conmovedora que no dejó indiferente a nadie.
El resto del elenco no debe ser considerado en balde. Ana Ruiz emerge como una poderosa e inteligente Roxanne, y brilla especialmente en el papel de joven alegre y ciegamente enamorada. Rocío Calvo se adapta a la perfección a tantos papeles cómicos que parece imposible tanta versatilidad. Ricardo Joven y Carlos Heredia dan fuerza a papeles secundarios, sin olvidar a Javier Ortiz, cuya voz toma una fuerza hipnótica al recitar en verso.
Cyrano ha revivido en el 2018 repleto de ilusión, de ganas, de versos universales y humanos. Nunca está de más revivir historias clásicas, y se vuelven imprescindibles si vienen acompañadas del talento de grandísimos actores.