El cantante madrileño triunfa en el Wizink Center en un homenaje a su banda El Canto del Loco
“No sé si pensar si eres el ángel que cuida mi camino… No sé si pensar si merezco todo este cariño…” Sonaban los primeros acordes de La suerte de mi vida, que, de pronto, parecía estar escrita y hecha para ese preciso instante, sin otra intención que para mirar a los ojos a sus miles de fans y cantársela, pero bajito, con sentimiento… Y así lo hizo.
Un recorrido por toda una carrera, toda una vida de éxitos y de temas que te recuerdan a algo o a alguien. Canciones que han sonado una y otra vez en la radio, en el coche, en la ducha, en un karaoke, en tu top 3 de Spotify, de esas que cantas a todo pulmón. Porque así es Dani Martín, un donde sea y un cuando sea. El eterno cantante. Nuestro eterno cantante.
Bajo una chaqueta en la que se podía leer: “Que caro es el tiempo” se escondía el mismo Dani Martín cercano que conocimos en El Canto del Loco, y que a día de hoy sigue siendo nuestro Dani. Dando nombre a su gira, la chaqueta lo transportó de un lado al otro del escenario, le hizo gritar, bailar y cantar como los mismísimos ángeles. Una multitud hambrienta, y con ganas de soltar aquello que durante tanto tiempo había reprimido.
Sus mayores clásicos, entre los que se encuentran temas como Volverá, Una foto en blanco y negro, Son sueños, Ya nada volverá a ser como antes o Tal y como eres no tardaron en sonar. En forma de notas musicales, con una melodía que conocemos y unas letras que marcaron la adolescencia de algunos y la vida de muchos. Parecía como si El Canto del Loco y Dani Martín nunca hubiesen sido algo distinto entre sí, parecían la misma cosa, la misma energía, el mismo arte, la misma historia.
¿Qué pasa con esas manos? Gritaba una y otra vez al mismo tiempo en el que el público no tardaba en captar su mensaje, y alzaban sus manos dejando una de las imágenes más bonitas de toda la noche. Quería sentir, sentir a un público que por culpa de una tal pandemia llevaba años sin sentir. Lo quería ahí y lo quería ahora. ¡Viva la música en directo! Gritó uno de ellos. Y qué razón tenía, señores.
Su hermana, su eterna gran protagonista volvió a aparecer reencarnada en canciones como Como me gustaría contarte, la que el autor reconocía era una carta escrita para su hermana a la que decidió poner música. Sus padres, trazando casa una línea recta y directa desde el escenario fueron el héroe y la heroína del concierto, con los que no dudó en bromear en más de una ocasión. Una familia de fans que grababan con la esperanza de convertir su recuerdo en imborrable, inalterable y para nada efímero.
Insoportable fue la última canción del concierto. Y, ¿por qué está y no otra? Quizá porque Dani Martín se adelantó a lo que a muchos se les pasaría por la cabeza minutos después: qué insoportable era la idea de salir de allí, qué insoportable era dejar de escuchar aquellas canciones que tanto nos han marcado y que para tantos ahora constituyen todo un himno, qué insoportable se iba a hacer aquel final. El eterno Peter Pan que para nosotros no crece, y al que nunca jamás dejaremos de escuchar.