El pasado 10 de agosto se cumplieron 100 años de la muerte de Joaquín Sorolla y Bastida, uno de los pintores españoles de mayor renombre. Falleció a los 60 años tras sufrir un accidente cardiovascular en 1920 mientras trabajaba en una de sus obras en el jardín de su casa en el barrio madrileño de Chamberí.
Inicios
Joaquín Sorolla nació en Valencia en el año 1863, y desde una temprana edad, demostró su interés por el dibujo y la pintura. Este interés del joven Joaquín lo llevó a estudiar dibujo en la “Escuela de Artesanos de Valencia”. Allí empezó su producción artística, producción que presentaría a diversos concursos nacionales sin éxito tras acabar su formación académica.
Sin embargo, el valenciano no dejó que esto le afectara en exceso, por lo que siguió estudiando. Fue en 1882 cuando, en el Museo del Prado, estudió la obra de uno de los más grandes artistas españoles: Diego Velázquez.
Esta formación constante lo llevó a ganar premios en aquellos concursos que anteriormente se le habían resistido. El más importante llegó de manos de la Diputación Provincial de Valencia en 1884, pues Sorolla fue becado para viajar a Roma, donde se puso en contacto directo con el arte clásico y renacentista a partes iguales.
«Autorretrato con sombrero» (1912) por Joaquín Sorolla
Cuando volvió de Roma sus viajes continuaron. Esta vez, el destino fue París. Allí conoció de primera mano las vanguardias, en concreto el Impresionismo. Este estilo artístico influiría enormemente su obra, convirtiéndose en el máximo exponente español del movimiento Impresionista.
En 1888 contrajo matrimonio con Clotilde, su musa, y en 1889 ambos pusieron rumbo a la capital española: Madrid. Allí establecieron su residencia y allí formarían su familia.
Madrid y el éxito
Durante sus cinco primeros años en Madrid, el valenciano alcanzaría un gran renombre como pintor a escala nacional. En 1894, Sorolla viajó de nuevo a París para seguir desarrollando su estilo, un estilo impresionista mucho más personal que ha sido denominado como “Luminismo”. A su vuelta a España comenzó a retratar paisajes mediterráneos en los que el costumbrismo se entremezclaba con la luz que Sorolla tan bien sabía captar, creando así obras únicas que acabarían por darle al pintor un reconocimiento internacional.
Premios como el que le otorgaron a “Triste Herencia”, el Grand Prix de París de 1900, se encargaron de elevar a Sorolla a este estatus de artista de renombre internacional. La gota que colmó el vaso fue su exposición en solitario en Nueva York del año 1909.
«Triste Herencia» (1899) por Joaquín Sorolla
Este rotundo éxito llevó a la Hispanic Society de Nueva York a encargarle a Sorolla una serie de lienzos para decorar su sede. El encargo se trató de 14 murales que representaran las diversas regiones de la península ibérica. Fue un trabajo titánico que le llevó una década completar, pues necesitó viajar por todo el país realizando bocetos que después plasmaría en los lienzos que hoy se encuentran en la ciudad de Nueva York.
Legado
La paleta de Sorolla estaba llena de colores vibrantes y llamativos, su técnica de pinceladas sueltas y expresivas junto a sus temáticas centradas en la cultura y la vida de los españoles a la vez que en la luz que baña nuestro país, dotaban a su obra de un carácter emotivo y reivindicativo.
«Ayamonte. La pesca del atún» (1919) por Joaquín Sorolla
En 1920, sufrió una hemiplejía que mermó sus capacidades y lo incapacita como pintor hasta su muerte el 10 de agosto de 1923. Hoy, 100 años después de ese fatídico día, podemos disfrutar de su obra en diversos espacios.
Espacios como el Palacio Real de Madrid, que alberga la exposición “Sorolla a través de la luz” hasta el 24 de septiembre de 2023 o por supuesto en el Museo Sorolla. Antigua vivienda del pintor ubicada en el Paseo del General Martínez Campos, 37. Allí se conserva su casa tal y como la dejó el pintor, llena de sus bártulos y recuerdos que mantienen más vivo que nunca a uno de nuestros artistas más preciados.